sábado, 4 de octubre de 2014

Luján, la Luz, la lluvia y la memoria.

Por algún extraño arcano, la lluvia y mi memoria se llevan muy mal.
Se están haciendo amigos pero a veces suelen pelearse.
Debajo del puente, me encomiendo y arranco con la tormenta encima, aunque se que será una jornada dificil.
Un río de luz se extiende delante y detrás de mi hasta donde alcanza la vista.
Con la prepotencia del amor, veo a jóvenes y ancianos deambular firmes, gigantescos en su pequeñez.
Nadie se queja,
Cantan.
Alguno grita.
No falta quien hace chistes.
Todos están felices como niños.
Llueve mas intensamente.
Duele.
Le cuento a mi vieja pierna lastimada, que no hay negociación.
Si duele, pues seguirá doliendo, pero acá nadie se rinde.
La subida del último puente es como escalar el Everest.
Calambre o no calambre, esto sigue,
Estoy en la ciudad.
Ahora parecemos un ejército de agotados que arrastran los pies lastimosamente.
Ya es nuestro.
Lo hicimos otra vez.
Vencimos a la derrota.
Caminar por la Basilica y tocar con mi frente el piso, y entonces soy gigantesco.
Salgo.
La lluvia en la cara, como aquella tarde maldita.
Me voy al río, y me siendo a la orilla en el mismo lugar en el que estuve con mi familia hace 50 años.
Mi Vieja se acerca y me da un mate.
Pero, ¿vos no moriste en el 2003?, le pregunto.
Sus ojos marrones me traviesan como solo ella sabía, me abraza y me dice:toma que hace frío.
Mi hija muerta corre sobre el agua, jugando y chapoteando.
A mi lado Borroni se sienta y me codea, cómplice como siempre.
Ya no se puede confiar ni en los muertos.
La lluvia insiste, obsecada, como mi memoria.
Sigue llegando gente.
A mis fantasmas, no les gustan la gente extraña.
Son solo míos.
Estos fantasmas y yo nos vamos porque esta historia termina acá.